3 - Leemos, ¡yuju!
Ahora os toca elegir. Seguramente habrá algunas partes que os hayan llamado más la atención que otras. Por eso, vais a elegir para leer un fragmento de algunas obras que se describen en el tema y vais a enviar un breve resumen del texto que habéis leído. Debéis incorporar la contextualización, basada en la teoría. La obra de la que elijáis leer el fragmento debe ubicarse, además, dentro de lo que vais a explicar en el reel.

Pedro Páramo (Juan Rulfo)
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.
—¿Y por qué vienes a buscar a tu padre ahora?
—Porque mi madre me lo pidió antes de morir. Me dijo: ‘No dejes de ir a visitarlo. Se llama Pedro Páramo. Estoy segura de que él te ayudará’.
El camino subía y bajaba. Yo iba pensando en aquel nombre, Pedro Páramo. Lo había oído toda mi vida. Mi madre siempre hablaba de él, aunque con rabia y tristeza. ‘Fue un hombre cruel, un cacique que dominaba estas tierras’, me decía.
Cuando llegué a Comala, el pueblo estaba vacío. Solo el aire caliente movía la hojarasca en las calles de piedra. Me encontré con un hombre viejo, sentado a la sombra de un tejado.
—¿Pedro Páramo? le pregunté.
Me miró con ojos cansados y sonrió con ironía.
—Pedro Páramo está muerto.
Me quedé en silencio. Sentí que la voz de mi madre, que había guiado mis pasos hasta aquí, se apagaba entre el polvo del camino.
Por otro lado, os comparto el trailer de la nueva película de Pedro Páramo: https://www.youtube.com/watch?v=ZqtdUc6iev4
Otros cuentos de El llano en llamas narradas por el autor: https://elpais.com/especiales/2017/juan-rulfo/

Rayuela (Julio Cortázar)
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio.
Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella.
Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
Doña Bárbara
(Rómulo Gallegos)
La llanura es bella y terrible a la vez; en ella caben holgadamente, hermosa vida y muerte atroz; Esta acecha por todas partes, pero allí nadie le teme.
(…)
Horas más tarde, míster Danger la vio pasar, Lambedero abajo. La saludó a distancia, pero no obtuvo respuesta. Iba absorta, fija hacia delante la vista, al paso sosegado de su bestia, las bridas flojas entre las manos abandonadas sobre las piernas. Tierras áridas, quebradas por barrancas y surcadas de terroneras. Reses flacas, de miradas mustias, lamían aquí y allá, en una obsesión impresionante, los taludes y peladeros del triste paraje. Blanqueaban al sol las osamentas de las que ya habían sucumbido, víctimas de la tierra salitrosa que las enviciaba hasta hacerlas morir de hambre, olvidadas del pasto, y grandes bandadas de zamuros se cernían sobre la pestilencia de la carroña. Doña Bárbara se detuvo a contemplar la porfiada aberración del ganado y con pensamientos de sí misma materializados en sensación, sintió en la sequedad saburrosa de su lengua, ardida de fiebre y de sed, la aspereza y la amargura de aquella tierra que lamían las obstinadas lenguas bestiales. Así ella en su empeñoso afán de saborearle dulzuras a aquel amor que la consumía. Luego, haciendo un esfuerzo por librarse de la fascinación que aquellos sitios y aquel espectáculo ejercían sobre su espíritu, espoleó el caballo y prosiguió su errar sombrío.
El invencible verano de Liliana
(Cristina Rivera Garza)
[el mundo continúa allá afuera]
La Procuraduría está muy cerca del centro de la Ciudad de México. Según Google, una caminata de 16 minutos nos depositará en El Cardenal, un restaurante que se encuentra en la planta baja de Hilton, el hotel que está enfrente de la Alameda Central, a un lado del grandioso edificio de Bellas Artes. Sin pensarlo mucho, tomamos Dr. Vertiz para ir hacia Dr. Río de La Loza, de ahí continuamos sobre Luis Moya, ya propiamente en las callecitas congestionadas y llenas de comercios del centro histórico. Una tienda de bóilers. Otra de lámparas. Una más de uniformes. Sería fácil decir que el tiempo parece haberse detenido en este espacio, pero nada aquí está en suspenso. Una actividad febril recorre las banquetas derruidas, y los intercambios del comercio llaman continuamente la atención de los empleados que atienden detrás de mostradores de vidrio, frente a estanterías repletas de mercancías de estaño, de plástico, de fierro. Hay tanto barullo que, en lugar de caminar una al lado de la otra, nos vemos forzadas a avanzar una detrás de la otra, formando una fila que, a momentos, se vuelve una línea en zigzag. Platicar es gritar. Platicar es perder, poco a poco, lo que queda de respiración. Al cruzar Luis Moya, antes de llegar a la avenida Juárez, aparece esa mujer espigada, de largo abrigo negro, que se prepara para cruzar la calle en sentido contrario. Nos abrazamos en medio del tráfico detenido. ¿Pero qué haces aquí? Contestar es, a veces, un juego. El mundo continúa allá afuera, sin duda. La gente recoge un pasaporte en una oficina de gobierno y compra un boleto de avión; la gente viaja. La gente rememora, trastabilla, pide disculpas. Bajo el rumor rojizo de un semáforo, la gente habla del verano. El que ya fue; el que vendrá. Hay que hacer cosas juntas, dice una de las dos. Una de las tres. Las sonrisas presurosas. Otras palabras se pierden entre el vaho del mediodía y el hambre. A veces todo en la vida, incluso el cuerpo, parece real.
